Recuerdo la calma.
Me he jurado mil
veces que no volveré a ti,
que nuestros caminos
jamás volverán a cruzarse,
y que tus labios ya
no encajan con los míos,
como lo hacían en
aquellas noches que se tornaban eternas.
Pero recuerdo la
calma...
Suspiro más de lo
que respiro,
y mis versos tienen
el sabor de una despedida.
Mi aliento se ha
vuelto frío,
y mis manos...
ellas ya no saben
dónde posarse
desde que tu cuerpo
se escapó por esa
puerta,
dejándolas
huérfanas,
secas,
olvidadas...
Mas recuerdo la
calma...
Esa calma que me
transmitía tu sola presencia,
que me envolvía al
recordar tu sonrisa,
o me hacía
invencible
cuando nuestros
cuerpos se enredaban entre sábanas
que, si llegaran a
hablar,
revelarían tanto...
Esa calma,
que juré mil veces
no sentir,
que me negué ante
el espejo,
y me sigo negando,
pues lo nuestro,
lo que era nuestro,
ya es tan sólo
mio...
Ya no estás,
ni quiero que estés,
por cierto,
pues no te extraño.
No extraño tus
ojos,
tus caricias,
tus cosquillas
ni tu espalda
reclamando besos.
No extraño tu pelo,
siempre enmarañado,
ni tu puta sonrisa,
joder...
No te extraño
porque no quiero
extrañarte.
Mas, al momento,
te recuerdo...
No te olvido,
quiero decir,
que no te extraño...
Pero recuerdo la
calma...
Y de nuevo la
tempestad...
La lluvia de mi
cuerpo
interrumpida por el
calor de un secreto.
De nuevo tú,
y tú,
y otra vez tú.
Recuerdo la calma
y
no te olvido...
Quiero decir...
Que no quiero
extrañarte...
M. L.